De la broma al crimen: la urgencia de frenar el acoso laboral 

De la broma al crimen: la urgencia de frenar el acoso laboral 

El Ágora

Por Ana Gómez

El Senado de la República aprobó hace unos días una reforma que, en el papel, parece un paso firme hacia la construcción de entornos laborales más dignos. Se trata de la incorporación expresa del acoso laboral y del ciberacoso en la Ley Federal del Trabajo, además de reforzar las definiciones de hostigamiento y violencia en el empleo. Una medida que busca armonizar nuestra legislación con el Convenio 190 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), que reconoce la violencia laboral como una violación a los derechos humanos.

La noticia no debe de pasar como un siempre avance técnico en la agenda legislativa, sino como un parteaguas para atender casos como la muerte de Carlos Gurrola Arguijo, conocido como “Papayita”, trabajador de limpieza en una sucursal de HEB en Torreón. 

Carlos falleció tras ingerir accidentalmente un desengrasante que, según versiones, fue colocado en su botella de bebida como parte de las “bromas” que sus compañeros le hacían de manera constante. Lo que para algunos era un juego, para él fue una cadena de humillaciones que terminó en tragedia.

Acoso no es hostigamiento

Conviene detenernos en un punto clave, porque acoso y hostigamiento no son lo mismo.

El hostigamiento laboral ocurre cuando existe una relación jerárquica, un jefe que abusa de su poder para intimidar, amenazar o condicionar el trabajo de un subordinado.

El acoso laboral, en cambio, no requiere jerarquía, puede provenir de compañeros del mismo nivel, e incluso de subordinados hacia un superior. Se manifiesta en burlas, exclusión, rumores, sabotaje o agresiones sistemáticas que buscan quebrar la estabilidad emocional de la víctima.

El caso de Carlos Gurrola es un ejemplo doloroso de acoso laboral horizontal: compañeros que, amparados en la cultura de la “broma pesada”, ejercieron violencia psicológica y física hasta provocar un desenlace fatal.

La cultura de la burla

En México solemos disfrazar la violencia con humor, porque decimos que “así nos llevamos”, pero detrás de esa normalización se esconden dinámicas de poder, discriminación y exclusión que pueden ser tan dañinas como un golpe.

Carlos no murió solo por beber un químico. Murió porque durante meses, se permitió que fuera objeto de burlas, que se le dañaran sus pertenencias, que se le ridiculizara frente a otros. Murió porque no existió un protocolo eficaz en su centro de trabajo que identificara y detuviera esas conductas.

La reforma del Senado es, sin duda, un avance. Reconoce que la violencia laboral no se limita al acoso sexual ni al hostigamiento jerárquico. Establece que los empleadores tienen la obligación de prevenir, atender y sancionar estas conductas, además de reparar el daño a las víctimas.

Pero la ley, por sí sola, no basta. Necesitamos empresas que asuman su responsabilidad, sindicatos que acompañen a los trabajadores y autoridades que no minimicen las denuncias. De nada sirve un marco jurídico impecable si en la práctica seguimos tolerando que un trabajador sea humillado hasta la muerte.

El nombre de Carlos Gurrola Arguijo no debería perderse entre las estadísticas. Su historia nos recuerda que el acoso laboral mata, aunque no siempre lo haga de manera inmediata. Mata la autoestima, la dignidad, la salud mental y en casos extremos como este, también la vida.

La justicia para Carlos no solo debe buscarse en los tribunales, sino también en la memoria colectiva. Que su caso sea un parteaguas para que las empresas revisen sus protocolos, para que los legisladores vigilen la aplicación de la ley y para que la sociedad deje de normalizar la violencia disfrazada de chiste.

El Senado ya hizo su parte al aprobar la reforma. Ahora toca a las empresas, a las autoridades laborales y a cada uno de nosotros decidir si queremos seguir siendo cómplices silenciosos de las “bromas” que matan, o si estamos dispuestos a construir espacios de trabajo donde la dignidad no sea motivo de burla.

Porque la verdadera pregunta no es si la ley cambiará las cosas, sino si nosotros estamos dispuestos a cambiar con ella.

Sigue a Ana Gómez en X: @AnaGomezCalzada

*Los textos publicados en la sección de Opinión son responsabilidad exclusiva del autor.

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