Del arte a la urna: el arte como resistencia política de las mujeres

Del arte a la urna: el arte como resistencia política de las mujeres

Por Berenice Hernández Deleyja

Hace unos días conmemoramos un hecho histórico: el voto de las mujeres en México, que tuvo lugar por primera vez el 3 de julio de 1955, hace tan solo 70 años. En múltiples medios que dedicaron alguna opinión o comentario a este acontecimiento de trascendencia capital —pues implicó el reconocimiento pleno de las mujeres como ciudadanas—, se hablaba de este suceso como una conquista en la lucha de las mujeres por su reconocimiento social y participación en un mundo configurado por y para los hombres.

Por ello, es muy pertinente reflexionar sobre cómo se han expresado esas luchas y las estrategias que se han empleado, porque todas ellas han tenido el poder de abrir espacios antes vedados a las mujeres en prácticamente todas las esferas de la vida: educación, política, trabajo, ocupación del espacio público, e incluso en la decisión sobre sus propios cuerpos.

Entre las múltiples herramientas de resistencia —discursos, huelgas, actos de desobediencia civil— el arte ha sido indudablemente una de las más poderosas para denunciar, plantear imaginarios con intención de trascender hacia la realidad y conservar la resistencia. Las mujeres sufragistas alrededor del mundo lo sabían, y tal vez también comprendían algo fundamental: que esta lucha, en la que el arte era aliado, no comenzaba con ellas, sino que tenía raíces profundas en la historia del pensamiento femenino.

Las raíces históricas de la conciencia política femenina

Las mujeres han tenido, desde mucho antes de los movimientos sufragistas gestados en el siglo XIX, conciencia de su calidad de sujeto pensante y, por ende, de sujeto político. Esta conciencia histórica fue la que definitivamente sentó la base para reclamar su derecho al voto.

A lo largo de la historia, las mujeres han reflexionado críticamente sobre su lugar en el mundo, aunque muchas veces sus voces fueron silenciadas o invisibilizadas. Ya en la Edad Media, mujeres como Christine de Pizan imaginaban espacios alegóricos de poder femenino. En 1405, en su «Ciudad de las Damas», planteaba una utopía de una ciudad hecha exclusivamente por y para las mujeres, reconociendo su capacidad para gobernar en respuesta a una sociedad medieval profundamente misógina. Su obra no solo fue una defensa de las mujeres, sino una prueba de que el arte podía ser un instrumento de transformación social.

Tres siglos después, en un contexto distinto, pero con desafíos similares, Sor Juana Inés de la Cruz, en su «Carta a Sor Filotea», defendió su derecho a la educación y al pensamiento libre. Tanto Christine de Pizan como Sor Juana entendían que escribir es parte de un discurso que implica poder; ambas defendieron el derecho a pensar, hablar y ser escuchadas; ambas reclamaron que el juicio y el conocimiento no son patrimonio exclusivo de los hombres, y ambas usaron a otras mujeres como ejemplos que justifican ese entendimiento.

En el siglo XVII, Artemisia Gentileschi llevó esta resistencia a la pintura. Usó su obra para simbolizar una aspiración de justicia femenina frente a la violencia masculina de la que ella misma fue víctima. En obras como «Judith decapitando a Holofernes», representó mujeres como sujetos de justicia, transformando el lienzo en un espacio de empoderamiento y denuncia.

El arte como herramienta política: de la Ilustración al sufragismo

Este impulso de usar el arte como forma de denuncia y transformación encontró en la Ilustración un nuevo cauce. A finales del siglo XVIII, Olympe de Gouges escribió la «Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana» como respuesta a la «Declaración de los Derechos del Hombre». En su artículo X prescribe: «Si la mujer tiene el derecho de subir al patíbulo, debe tener también el derecho de subir a la tribuna», frase que revela una denuncia a la política de la época, pues las mujeres eran sujetas a leyes en cuya elaboración no participaban; tampoco podían votar ni ser electas como sujetos que aprobaban las leyes con las que después eran juzgadas.

Las ideas de De Gouges, precedidas por muchas otras mujeres, nutrieron los movimientos por el derecho al voto que se gestaron en el siglo XIX. Sin embargo, estos movimientos no surgieron de la nada: eran el fruto de siglos de luchas constantes en las que otras formas de insurrección ya venían cuestionando el orden patriarcal desde distintos ámbitos, siendo el arte uno de ellos.

Las sufragistas del siglo XIX y principios del XX heredaron esta tradición y la llevaron al terreno de la acción política directa, pero sin abandonar el arte como herramienta de movilización. Ethel Smythencarna perfectamente esta síntesis. Como compositora de música clásica —una actividad poco aceptada socialmente para una mujer a principios del siglo XX—, unió su faceta artística con la lucha sufragista y demostró que el arte puede ser una poderosa herramienta de movilización política.

En 1911 compuso «The March of Women», que se convirtió en el himno no oficial de las sufragistas británicas, una herramienta que dio visibilidad, cohesión y fuerza emocional al movimiento. La efectividad de esta estrategia quedó de manifiesto cuando fue arrestada y encarcelada por participar en un ataque organizado contra edificios oficiales en el marco de sus protestas. Se dice que mientras estaba en la prisión de Holloway, dirigió a sus compañeras sufragistas presas desde su celda agitando un cepillo de dientes a modo de batuta, mientras cantaban «The March of the Women». Su arte se convirtió entonces en una trinchera sonora y expresión de resistencia para estas mujeres.

Del voto a las luchas contemporáneas: la continuidad de la resistencia artística

La conquista del voto femenino fue un escalón fundamental en una escalera hacia la igualdad plena. Las mujeres en México hoy tenemos derecho al sufragio, pero enfrentamos nuevas luchas —es como si haber ganado una batalla diera lugar a otra—, y estas nuevas luchas nos requieren con la misma creatividad, persistencia y valentía que caracterizó a las sufragistas y a las que vivieron antes que ellas.

Estas luchas contemporáneas en el terreno político incluyen, por ejemplo, una paridad real en los espacios de poder y toma de decisiones, la eliminación de la violencia política de género y, en general, el reconocimiento pleno de los derechos de las mujeres. Cada una de estas batallas requiere de las estrategias tradicionales, pero también de formas de expresión de resistencia desde el arte como lo hicieron De Pizan, Sor Juana, Artemisia, muchas otras mujeres y las sufragistas.

El arte sigue siendo, y probablemente seguirá siendo, una trinchera simbólica fundamental. A lo largo del tiempo, ha permitido imaginar futuros más justos y construir narrativas capaces de transformar conciencias. La historia nos demuestra que el arte ha sido un vehículo que ha llevado lo utópico al terreno de lo posible, desde las ciudades imaginarias de Christine de Pizan hasta los himnos de resistencia de Ethel Smyth.

En este sentido, la conmemoración del voto femenino en México no solo nos invita a celebrar una conquista histórica, sino a reflexionar sobre cómo el arte es una herramienta indispensable para continuar transformando la realidad política y social de las mujeres.

Te puede interesar: Inteligencia Artificial, enfoque ético y justicia: Una charla con Berenice Hernández

Entérate de las noticias por medio de nuestra cuenta oficial en Instagram


Read Previous

EU cierra frontera al ganado mexicano por caso de gusano barrenador

Read Next

García Harfuch responde a Bukele; precisa informe de narcoavioneta