Fernando Belaunzarán.
De pena ajena
El Presidente dio a conocer su plan mundial de paz durante el desfile del 16 de septiembre. El lugar y el evento resultan extraños para difundir una propuesta de solución al conflicto de Europa del Este, a menos que el interés de López Obrador sea hablarle a los mexicanos antes que resolver la guerra.
Mandar a Marcelo Ebrard a la Asamblea General de Naciones Unidas en lugar de ir personalmente anticipa el fracaso, pues le resta fuerza que no la presente el jefe de Estado. Si alguien va a hacer el ridículo en la tribuna planetaria, mejor que sea el canciller.
Resulta frívolo subordinar la diplomacia a la propaganda. En lugar de procesar acuerdos con la discreción debida e hilar fino, se optó por sorprender a los países involucrados y a los mediadores propuestos. Peor aún, se ignoró lo fundamental: que Ucrania fue invadida ilegalmente por Rusia y que en las zonas ocupadas se han cometido terribles crímenes de guerra contra la población civil.
El simple alto al fuego por cinco años favorece a los invasores, no se diga ahora que el ejército ucraniano está recuperando territorio. Por eso la propuesta fue rechazada de inmediato por el círculo cercano del presidente Zelensky. En realidad las partes sí han dialogado, lo que faltan son acuerdos por las ansias imperiales de Putin, quien insiste en apropiarse de regiones de un país independiente por la fuerza. Para tratar de detener la retirada de sus tropas, acaba de anunciar la movilización de 300 mil reservistas y reiteró su amenaza de utilizar armas nucleares.
Pero López Obrador se niega a imponer sanciones a Rusia y llama la atención que se olvide de la guerra en México con más de 130 mil muertos en lo que va de su gobierno. Demanda diálogo fuera, pero es incapaz de sentarse con la oposición. Candil de la calle y oscuridad en su casa. Además, piensa que con recitar buenos deseos sobre la paz mundial compite por el máximo galardón en la materia. Es obvio que confunde el Nobel con Miss Universo.
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