La reportera Reyna Ramírez puso el dedo en la llaga. Le dijo de frente a López Obrador que él prefiere y procura las alabanzas a la vez que calumnia y estigmatiza al periodismo independiente, lo que a ella le ha generado amenazas en redes sociales y discriminación en las mañaneras, donde hay evidente predilección por quienes se prestan a la simulación y hacen preguntas a modo, mezcladas con lisonjas. Uno de ellos quiso interrumpirla y se llevo el “cállate palero” que se hizo viral.
La respuesta fue la de costumbre. Troles y bots del oficialismo se lanzaron a linchar a Reyna con infamias en plataformas digitales, inadmisible amedrentamiento del régimen que atenta contra la libertad expresión. El acoso llegó a tal grado que ameritó una condena por parte de la prestigiada organización internacional, Artículo 19. Pero lo cómico y patético del episodio fue que la legión de lambiscones se victimizó por el adjetivo que los describe, reivindicando su derecho a ser tapetes sin que se les recrimine por ello.
El asunto no quedó ahí, pues el propio Presidente salió en defensa de sus achichincles con total desmesura. En un delirante desplante que insulta a la inteligencia y a la memoria de dos próceres del periodismo nacional, comparó a quienes se desviven por hacerle caravanas con Francisco Zarco y Filomeno Mata, dos plumas valientes y preparadas que jamás vendieron su conciencia.
En realidad, los youtuberos aplaudidores no son periodistas, sino simples porristas que soban el ego y el hígado del mandatario para complacerlo. A López Obrador le encanta que colmen su megalomanía con halagos épicos y que ataquen con furia y odio a sus adversarios. Para eso sirven y lo que reciban por ello, sea en sobres, publicidad oficial, seguridad social, nóminas o hasta candidaturas en Morena se le conoce como Chayote. Representan a la vieja prensa vendida que denunciaban los estudiantes de 1968, pero devaluada.
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