Frankenstein y aquello que nos hace humanos

Frankenstein y aquello que nos hace humanos

Por Erika Mendoza Bergmans

¿Qué es aquello que nos hace humanos? Ha sido la pregunta filosófica de milenios. Hoy la interrogante vuelve a la mesa en un contexto en el que la inteligencia artificial cuestiona no sólo la valía y utilidad de los humanos, sino que cuestiona nuestra propia esencia. Si el pensamiento lógico y racional ya no es lo que nos distingue, entonces qué es.

Frankenstein, la película de Guillermo del Toro basada y fiel a la obra literaria de Mary Shelley, hace una jugada maestra para colocar este tema en el imaginario colectivo. La crueldad y locura del Doctor tienen tintes de monstruosidad, pero más importante es que aquél que tendría que ser el monstruo muestra los más finos rasgos de humanidad. 

La empatía que genera la creación de Frankenstein no es coincidencia, es deliberadamente la puerta de entrada a un cuestionamiento más profundo ¿Qué es aquello que nos hace humanos?

Al invertir en los personajes aquellas características típicas de un monstruo y un humano, extrae y aísla rasgos propios de la humanidad. Resultando en un ser que se pregunta de dónde viene y cuál es su lugar en el mundo, que no entiende por qué es diferente y que solo quiere pertenecer, a quien le duele el rechazo y no quiere estar solo, movido por la empatía y el cariño, y cuyo reclamo de la posibilidad de morir es, en el fondo, un dejo de su humanidad. Difícil no identificarse, ¿Será que para reconocernos humanos debemos reconocer nuestros deseos y vulnerabilidades? Negarlos no sería otra cosa más que negar nuestra humanidad.

Me pregunto si Guillermo del Toro no le puso nombre a la creación de Frankenstein como una manera de susurrarnos al oído que en él estamos todos. El no haberlo nombrado es una invitación velada a ver en él nuestro propio reflejo y ponerle nuestro nombre.

Sus preguntas existenciales y sus luchas no son diferentes a las nuestras. Aunque queramos reclamar nuestra individualidad, al menos en esto no somos distintos. 

La película muestra la posibilidad de tratarnos diferente, de quitar los juicios y tratarnos –literalmente– como si estuviéramos ciegos, de revalorar lo que una caricia en la cabeza puede significar. Pero al mismo tiempo cuestiona esa ruta de humanización con una pregunta que Thomas Hobbes se hizo desde el siglo XVII ¿y si estamos hechos para atacarnos?El hombre como el lobo del hombre”, es una respuesta que al menos yo me he rehusado a aceptar una y otra vez.

A través de otro personaje, se dialoga sutilmente con la belleza que se encuentra en la búsqueda sublime de sentido de vida, encontrándolo precisamente en aquellos rasgos que nos hacen humanos, detectándolos de manera intuitiva, invitándonos a simplemente cambiar nuestra mirada. 

Si Guillermo del Toro pensó que alguien nos tenía que recordar aquello que nos hace humanos, lo logró. Y sí, este texto podría estar infinitamente mejor escrito por inteligencia artificial, pero habría renunciado a esa bocanada de aire que me genera escribir, y a la posibilidad, aunque sea mínima, de conectar buscando ser más monstruosa y menos humana.

Te puede interesar: La Ciudad que nos deja desaparecer

Los textos publicados en la sección de Opinión son responsabilidad del autor que lo emite y no plasma el criterio de México Habla.  

Entérate de las noticias por medio de nuestra cuenta oficial en Instagram


Salir de la versión móvil